-¿Por qué algunas
mujeres hacen votos de soltería y no se casan nunca?- pregunto con cierta
preocupación a mamá Gringa, una tía de unos respetables setenta años.
-¡Es porque han tenido
una pena de amor, o son brujas!- me respondió con elocuencia singular la
viejita de ojos vivarachos.
-Pero por qué andan
siempre con vestimenta negra-
-¡Ah, es por eso tu
pregunta, Tachito! ¿Quieres saber por qué andan así?
-¡Sí, sí mamá Gringa!
-¡Ya pues!- su
respuesta me supo al mejor manjar que había probado en mis tiernos ocho años,
pues sabía que me iba a contar una historia, ¡y lo qué me gustaban sus
historias! En silencio, ensimismado, con los pies cruzados y la vista
impertérrita a la imaginativa viejita, esperaba oír su relato.
Cuentan que hace muchos años atrás existió en Pisco
una mujer que gustaba de los animales. Ella era buenamoza, alta como una
palmera, que vestía siempre de negro, porque “mi corazón está de luto”, -sabía
decir la misteriosa-. Una tarde de mayo cuando el crepúsculo coloreaba los
sentidos con su paleta de tristeza, ella se topó con una ave tan negra como la
noche, ¡era un gallinazo!, que sangraba de un ala; por eso no podía volar. Se
le acercó, el ave dócil y obediente se dejó curar. Desde ese día el plumífero
fue su sombra. A donde iba la doña, ahí estaba rondando por el cielo azul y
sereno de nuestro pueblo. Lo puso por nombre Cucucito*, por su cabeza pequeña y
sin plumas.
La beldad decía llamarse Mariana, quizá conjunción
de María y Ana, cuyo apellido de abolengo y de reconocida historia, Pastrana,
supo ser respetada por mozalbetes y adultos. Ella en su juventud sufrió una
decepción amorosa, un vividor la conquistó y la abandonó como una baratija de
mala suerte. Por eso, la razón del luto.
¡Ay, corazón
que no siento tu latir,
cómo pierdo la razón
sin tu existir!
Se lamentaba al pie de las vetustas gradas de la
Iglesia de la Compañía de Jesús. Sus lágrimas cual perlas se fundían con las
piedras y las florecillas del íntimo jardín, consolándose con el canto de los
pajarillos silvestres.
-¡Allí va la loca! ¡Allí va la loca! ¡La viuda
negra!- gritaban los mataperreros en las esquinas, con sus aires de altivez y
señorío de medio real.
De pronto, como un rayo negro que fulminaba las
calumnias, Cucucito, mandaba a correr a los deslenguados; porque lo seguía para
arriba y abajo a la humanitaria solterona.
Se dice que era muy inteligente en leyes como su
abolengo familiar, el licenciado Pastrana, allá por el siglo XVII, cuando La
Villa de Pisco se trasladó al sitio de la Concordia. Mariana aprendió todas las
artimañas de los litigantes y de los leguleyos. Sin haber entraba en aulas
académicas, daba cátedra a los doctores en leyes, cuyos consejos sirvieron para
que jamás perdieran un juicio.
Así pasaron los años y la mujer de vestimenta negra
más popular de la Villa de Pisco, con más almanaques en las espaldas supo
ganarse el corazón de la gente, por su altruismo con los animales y con los
pobres de la Iglesia de la Copacabana (hoy templo Belén).
¡Ay, corazón de palo,
deja de latir,
no seas malo,
cansada estoy de vivir!
Del singular gallinazo
se cuenta que custodió a su ama por muchos años, pero como todo tiene su final
doña Mariana, la viuda negra, murió sola como siempre vivió y fue enterrada con
olor a multitud en el camposanto de la Iglesia San Francisco.
Amigo, no metas la pata,
ni digas a la ligera,
que las damas de negro
son viudas o brujas;
pues flores
encarnadas son
¡angelitos de Dios!
*Referencia del historiador pisqueño MAMERTO CASTILLO NEGRÓN.